“¡Elección de Estado, elección
de Estado!”, era la sentencia de los partidos de oposición en la época del PRI
hegemónico tras una elección intermedia o presidencial.
“¡Elección de Estado, elección
de Estado!”, gritaban los ciudadanos que se veían nuevamente engañados por el “partido
único” que controlaba los aún escasos medios institucionales que podían
garantizar unas elecciones libres y equitativas.
“¡Elección de Estado, elección
de Estado!”, exclamó Vicente Fox en 1995 cuando el PRI le arrebató el triunfo en
las elecciones por la gubernatura de Guanajuato. Marchas y plantones fueron la
tónica de la protesta foxista que condujo a una más de las concertacesiones de
Carlos Salinas de Gortari con el PAN: el entonces mandatario negoció designar al
panista Carlos Medina Plascencia como gobernador a cambio de mantener la
estabilidad política.
Hoy, 2006, la consigna bien
podría recobrar su vigor sino fuera porque ahora, el Estado, resulta ser una
pieza más –aunque la más importante- en una amplia red de complicidades que conducen a una parecida situación electoral: comicios
manipulados por las instituciones del gobierno y los poderes fácticos (medios
de comunicación, sindicatos, etc.) en beneficio del candidato del PRI.
El Estado corporativo creado
por este partido hace más de 70 años, y desmantelado en parte durante 30 años
de políticas neoliberales, fue suplantado por una oligarquía que ahora reúne a
las élites del poder económico y político en torno de la defensa de un modelo
específico de distribución de la riqueza.
Corrupción, clientelismo,
censura, control sindical, son algunos de los instrumentos de coacción
fraguados por el PRI que ahora se encuentran al servicio de una alianza cupular.
¿Las recientes elecciones
presidenciales fueron una elección de Estado? Sí, en cuanto que el Estado,
garante de los derechos electorales, fue omiso del sin número de
irregularidades que se presentaron antes, durante y después de las elecciones
del pasado 1 de julio.
Y sí, porque los poderes
fácticos que intervinieron en las elecciones a favor de uno de los candidatos lo
hicieron al amparo de ese Estado. El PRI, aún sin encontrarse en el poder del
Ejecutivo, actuó como un Estado paralelo a través del enorme despliegue de recursos
privados, públicos y de procedencia desconocida para el control informativo y
la coacción del voto.
¡Y qué pertinente sería gritarlo
en estos días!: “¡Elección de estado, elección de Estado!”.