Por Sergio Martínez Espitia.-
Un enorme velo beige cubre el escenario. Una tenue
luz amarilla cae sobre las percusiones mientras el resto del stage se halla en
la penumbra. El mar de camisas negras en que estoy atrapado (náufrago feliz a
la espera de que surja un Dios submarino, un monstruo benéfico) se encuentra en
relativa calma, reposando en leves ondulaciones, tras haber martilleado el
suelo al ritmo machacón de Megadeth.
De pronto, una voz suave, incluso tímida, se escucha
en las bocinas que cuelgan como un largo racimo de uvas negras: “ole, oleee,
oleee, oleee…” La respuesta es inmediata. El Foro Sol replica el conocido canto
celebratorio, pero con un tono ansioso, impaciente: tres generaciones de
roqueros mexicanos han reconocido el esperado timbre del ícono obscuro, el silbido
de la hidra.
Una risa socarrona (¿diabólica?) vuela a través del
júbilo en ciernes de esta noche de sábado negro. Una estridente sirena anuncia el
toque de queda. Las puertas del silencio se cierran. Huyen los fantasmas del
tedio.
El primer riff, potente y claro, instala de golpe
el tono apocalíptico de War Pigs. El Brujo, el Hechicero, el Mago… Ozzy
Osbourne, vestido simplemente con playera y pantalón negros, sale bajo las
luces con los brazos extendidos y mirando oblicuamente hacia el cielo.
La guitarra desciende de su nube eléctrica… se
vuelve torrente melodioso. Comienza la liturgia… comienza Black Sabbath.
“Los generales reunieron a sus tropas como brujos en
misas negras/Mentes diabólicas que traman destrucción/Hechiceros de la
construcción de la muerte (…) Los políticos se ocultan lejos/Ellos solo
empezaron la guerra/¿Deberían ir a pelear?/Ellos dejan esa tarea a los pobres”.
Remembranza del conflicto de Vietnam, eco también de
un México lacerado por la guerra contra el crimen, donde los pobres
–precisamente- han pagado en mayor número las fatales consecuencias. ¿Primer
mensaje subliminal de la noche o pura casualidad?
“El tiempo dirá sobre sus deseos de poder/Hacen la
guerra solo por diversión/Tratan a la gente como peones de ajedrez/Espera a que
llegue su Día del Juicio Final”.
Coincidencia o verdadera intención de darnos un
mensaje político (usar War Pigs como canción de apertura, aunque ésta bien
puede que sea la primera de todas en los conciertos del tour), el virtuosismo
de Geezer Buttler (bajo) y Tony Iommi (guitarra) se impone a cualquier
interpretación.
Después de todo, quienes hemos venido de muchas
partes de la provincia, más la multitud del DF (seguramente, entre todos, casi
60 mil), no esperamos más que ser llevados a la cima épica de un rock pesado,
armónico y rico en variantes, que la actual industria musical ya no produce.
La rola se suaviza e ingresa a una estancia rítmica
de gran eficacia técnica y poder sugestivo, pero sin perder la dureza sonora,
característica fundamental del legendario grupo, que logró combinar –en su
repertorio de sensaciones- “el látigo y
la caricia” como ninguna otra banda en la historia del rock. Ese toque
preciso de blues que da salida y variedad al tronante sonido.
Los demonios de la virtud.
Si Ozzy es el chamán, el poseso en permanente
éxtasis, Iommi es el guardián de las “sagradas escrituras musicales”; el asceta
que sigue la partitura nota por nota; el gran estoico forjador de pasiones,
quien sólo da visos de su volcán interno en esporádicas sonrisas, al arribar al
clímax de alguno de esos supersónicos requintos.
Butler es su seguro acompañante, el portador de la
inigualable base rítmica del grupo, el versado músico que rescata al bajo del
fondo de la orquestación para llevarlo al frente de la misma, gracias a una
extraordinaria presencia melódica. ¿De qué están hechas esas pequeñas manos que
rasgan las cuerdas como si estuvieran enfundadas en guantes de metal? ¿O como
si su instrumento fuera un arpa sutil?
El baterista Tommy Clufetos, músico titular en la
banda de Ozzy, suple al gigante Bill Ward, pero sin permitir que el sueño de
ver a la banda completa estropee la calidad de su perfomance. En un estilo muy
similar al de Ward (quizá con un grado menos de potencia), Clufetos es el
apaleador sincronizado del inframundo, cuyo solo en las percusiones lo sitúa a
un paso de los grandes del rock.
Con el soporte de esta increíble alineación se
escuchan los clásicos Into the Void, Snowblind, Fairies Wear Boots, Iron Man,
Dirty Woman, además de tres rolas de su último disco “13”. En Age of Reason
vuelven los referentes del poder y la violencia: “¿Escuchas el trueno, furioso
en el cielo?/Premonición de un planeta maltratado que va a morir/¿En la era de
la razón, cómo sobrevivimos?/Los protocolos de la desolación atraviesan muchas
vidas/Muchas vidas”.
El momento del cáliz.
El paroxismo de la fiesta pagana llega con la
canción Black Sabbath, grabada en el primer disco de 1970. En las pantallas
gigantes -donde se ha proyectado el concierto con una impecable calidad y
edición de imagen- se mantiene fijo el nombre del grupo que se halla custodiado
por dos demonios. El toque de campana que acompaña el inicio de la pieza
alcanza alturas sobrenaturales. Tiembla el rostro del Brujo, sus ojos
vidriosos, su diminuta melena, mientras extiende y levanta los brazos, vertical
y horizontalmente (¿dibuja una cruz invertida?).
“¿Qué es esto enfrente de mí?/Una figura negra que
me apunta/Volteo rápido y comienzo a correr/Me doy cuenta de que soy el
elegido/oh nooo (…) ¿Es este el final, amigo?/Viene la locura de Satán/La gente
corre asustada/Mejor deberían ser conscientes”.
El Mago sigue gesticulando, ahora víctima de su
invocación. Parece que intenta arrancarse un espíritu sedicioso que trepa por
su hombro izquierdo; en el esfuerzo (las manos en forma de garras), casi cae de
espalda. En la parte final de la canción, Ozzy, a gatas, rinde pleitesía a
Iommi, luego a Buttler.
Termina la rola; el clamor se eleva supremo en esta
velada histórica; y en clara señal de gratitud, el público recita el mantra, “oleee,
ole ole oleee, Sabaaath, Sabaaath… oleee, ole ole oleee, Sabaaath, Sabaaath…”,
en un tono piadoso, tierno, religioso.
Un pueblo conocido en el mundo por su acendrado
catolicismo celebra de esta dulce manera a una banda que hace todavía 20 años
era censurada en muchas radiodifusoras del país por estar clasificada como
satánica.
La penúltima canción, Children of the Grave, nos
enseña que las visiones sombrías del mundo también incluyen la fe en las nuevas
generaciones: “la revolución en sus mentes-los chicos comienzan la marcha en
contra del mundo en el cual tienen que vivir (…) Están cansados de que los
empujen y les digan lo que tienen que hacer/Lucharán hasta que hayan ganado y
el amor venga flotando”. (¿Otra vez alusiones al México actual?).
La bendición.
Culmina el asombroso ritmo épico de la pieza. Se van
las luces, cae la obscuridad. Los músicos, ¿dónde están? “Saaabbath, Saaabbath,
Saaabbath”. La espera es un instante. Regresa el Mago: “you wanna hear it?”, “yeee”, “I can’t fucking hear
you, you wanna hear it?”, “yeeeeee”, “say it”, “Paranoid, Paranoid, Paranoid”.
Atraviesa el aire uno de los
riffs más famosos del rock y la música popular. La letra, testimonio de la
anomia y la infelicidad, pareciera haber sido escrita ayer y no hace 40 años.
“Necesito a alguien que me muestre las cosas de la
vida que no puedo encontrar/No puedo ver las cosas que construyen la verdadera
felicidad, debo estar ciego (…) No puedo sentir la felicidad y el amor para mi
es irreal”.
Iommi remata su eficaz invención. Ozzy agradece a la
audiencia; dice que nos ama, que somos especiales. Nadie pide más, nadie espera
más. Estamos completos, alucinados, satisfechos. La masa de camisas negras
comienza a desplegarse. Los primeros empujones me lanzan de súbito a la
realidad. Me arrastran, me llevan, me voy.
(Una sola queja: no tocaron Síntoma del Universo, mi
rola favorita).
Fotos:
http://gritaradio.com/galeria-black-sabbath-y-megadeth-en-el-foro-sol/