jueves, 20 de junio de 2013

Periodistas asesinados, ¿beneficiarios del crimen?

Sergio Martínez Espitia.-

Entre los defensores del derecho a la información y la mayoría de los medios el asesinato de periodistas es considerado de forma inmediata como un ataque directo a la libertad de prensa.


El análisis específico del comunicador asesinado, es decir, la circunstancia personal que lo pudo llevar a su muerte, queda al margen de una interpretación de los hechos que, sin bien aclara los puntos clave de las pesquisas y exige resolver el crimen, deja de asumir que el asesinato no siempre es una agresión contra la labor mediática, dejando de lado otras causas posibles, como la relación económica, y muchas veces hasta política, del periodista con sus fuentes en el gobierno o la delincuencia organizada. 


En efecto, profundizar en esta parte de los crímenes contra la prensa requiere de romper con una de las reglas de oro en el ámbito de los medios, consistente en poner el dedo en la llaga ajena pero nunca en la propia, denunciar en voz alta las artimañas del poder pero jamás las prácticas que los mismos periodistas tienen para sobrevivir en un contexto de bajos salarios y financiamiento gubernamental.


En muchos casos, el olvido de esta circunstancia y el reproche a las autoridades por su falta de voluntad en seguir las pistas y fincar la autoría del crimen sirven de trampolín a un discurso que enfatiza los temas del derecho a la información y la libertad de expresión, pero que omite, o trata de manera parcial –ya sea por ignorancia o interés-, las pruebas que indiquen alguna relación ilícita del comunicador con las autoridades formales y los poderes fácticos. 

 
A esta clase de relación se agregan los compromisos de directivos y propietarios para asegurar la manutención del medio, y que determinan el quehacer del periodista, cuya opinión se adecúa a la línea editorial de sus jefes.

 
¿En cuántos asesinatos no habrá sido el reportero o el fotógrafo el que pagó con su vida las componendas de los dueños del periódico o la radiodifusora?  

 
En el entorno mediático los colegas sabemos diferenciar entre un compañero que fue asesinado por su cercanía con “el diablo” de uno que fue “callado” porque apuntó la pluma o la voz en la fortuna mal habida de un funcionario o en la lista de pagos de un grupo criminal.

 
No obstante, esto no debe llevarnos a la condena moral de los compañeros que se vinculan con esa red de intereses políticos y económicos. Si la ética impone un código de conducta a quien la asume también deslinda de sus obligaciones a quien no la sigue en el desempeño de su labor. El libre albedrío se encuentra en la base de cualquier elección ética.

 
Creer que el ejercicio del periodismo conduce, inevitablemente, a la práctica de un conjunto de principios, equivale a sesgar la realidad, olvidando que el periodista, al igual que cualquier otro trabajador o empleado, decide según ciertas aspiraciones personales y de acuerdo con su situación económica y social.  

 
Tener en cuenta esta diferencia con la ética durante las indagatorias –por supuesto, con sus límites- coadyuvaría a mantener la objetividad de las mismas, a saber con mayor certeza si se trató de un ataque a la libertad de expresión o de un simple ajuste de cuentas entre particulares, sin que ello implique justificar la muerte de un periodista vinculado a arreglos ilícitos, hecho que las autoridades usan para evadir su obligación de llegar al fondo de las pesquisas.

 
Por otra parte, tratar los casos con esta óptica llevaría a denunciar la situación tan estrecha que experimenta la prensa en nuestro país: la dependencia política y comercial de los medios, y el control de sus monopolios, en una sociedad con alarmantes niveles de instrucción y lectura, disociada abismalmente del interés público.

 
Los pocos periodistas avocados a la libertad de opinión y sus agrupaciones correspondientes prefieren dejar de exigir la resolución de un caso cuando descubren que la víctima tenía una conexión soterrada con el gobierno o la delincuencia, e insisten solo en aquéllos que reditúan a la causa de los comunicadores independientes o que sirven a un discurso cuyas versiones –ocasionalmente- rayan en la demagogia.

 
Sin embargo, admitir abiertamente los intereses ilícitos por los que algunos periodistas son asesinados, con la misma importancia adjudicada a los comunicadores muertos por el ejercicio de su labor, además de estimular la solución del caso, contribuiría a la misma defensa de la información.

 
Las audiencias tienen derecho a conocer la verdad sobre los hechos públicos que le atañen, y es un deber ético -deber de quien asume ciertos principios en el desempeño de su profesión- ahondar en la verdad de estas muertes, que revisten una importancia especial al tratarse, en muchos casos, de amigos o personas conocidas, aunque esto mismo signifique apuntar las baterías hacia el gremio que cobija y otorga identidad. 

 
Ésta parecería una idea descabellada en un ambiente de acoso sistemático a los medios y de rechazo, por parte de directivos y colegas, a los compañeros que están fuera del “aro”, lugar mítico de poder en México donde un periodista con semejante línea de investigación firma en automático su credencial de paria o su sentencia de muerte. Pero, ¿No sería ésta, acaso, la resolución moral de quien sin falsos heroísmos informa con libertad, más allá de aclamaciones y baños de pureza?



lunes, 10 de junio de 2013

México: la noticia fragmentada


Sergio Martínez Espitia.-
 
La prensa dominante en México adolece de una visión inmediatista y fragmentaria del hecho noticioso. Desde el sitio donde se origina la información hasta el resultado final de la nota del día, la noticia experimenta un proceso de degradación que la convierte solo en el ápice del contexto que la produjo.

Las referencias políticas, sociales y económicas que dieron lugar al evento informativo se diluyen en los aspectos más tangibles del mismo. 


Cierto que la nota debe responder a las preguntas básicas sobre el hecho -¿qué? ¿cómo? ¿cuándo? ¿dónde? ¿por qué?- para ofrecer a la audiencia la primera y necesaria impresión de lo ocurrido. Sin embargo, este esquema, aunque indispensable en los géneros periodísticos, alimenta el consumo trivial de la noticia al atomizar las dimensiones del suceso. 

 
A esta situación dada por la naturaleza de los estilos o, mejor dicho, por la forma en que éstos son empleados, se agrega el ritmo demencial con que actualmente se procesa la información y los intereses políticos y comerciales de los medios de comunicación.  

 
Redactar con velocidad una nota resulta más importante que el cuidado de la estructura o la inclusión de las referencias contextuales. La obligación de “rasurar” la información que compromete la imagen de un funcionario se impone al deber del periodista de comunicar con veracidad.

 
¿Cuántas veces ocurre que la nota es segada porque la hora del cierre de edición se yergue cual guillotina sobre las manos del reportero, o porque el espacio previsto para la nota es recortado por la publicidad, o porque el texto producido en la mesa de redacción es suplantado por el boletín de prensa?

 
Sin embargo, el conocimiento del contexto político, social y económico en que surge el hecho noticioso, la línea histórica en que éste se ubica junto a los sucesos que le preceden y le siguen, el acceso casi ilimitado a la información gracias a las nuevas tecnologías de la internet, y la experiencia misma del periodista en el desarrollo de estos aspectos, pueden constituir el marco de referencia que supere el proceso fragmentario de la información.

 
Conocer el entorno político en que es ofrecida cierta declaración coadyuva a determinar la importancia de la misma. Un reportero que conoce los antecedentes del funcionario y la posición de éste en las relaciones de poder puede descubrir una omisión o una tergiversación de los hechos referidos, así como el justo lugar que ocupa la declaración o el hecho en el escenario político.

  
Material de gran valía al momento de redactar la nota. La entrada o los párrafos inmediatos de ésta incluirían el asunto principal planteado por el declarante, pero con el matiz, o, si el caso lo permite, el contrapunto que revele las distorsiones y los olvidos intencionales.

 
Aquí, las nuevas tecnologías de la información juegan un papel preponderante. Si, tradicionalmente, el periodista podía recurrir a la paciente labor de consultar los archivos del periódico para definir el contexto de la nota, ahora, a través de la internet, los datos del contexto se obtienen de manera casi inmediata de fuentes cada vez más fidedignas.  

 
Pero de la experiencia del periodista y, por supuesto, de la colaboración del jefe de información, dependerá elegir el dato preciso y verificado, incluirlo en la parte más conveniente dentro de la estructura de la nota, hacerlo sin editorializar o invadir las potestades de otros géneros, y redactarlo con la suficiencia necesaria para develar el significado político y social de la información.

 
Esta tarea, además de otorgar a la noticia su preciso valor en el espectro informativo con que se encuentra vinculada, coadyuva al posicionamiento editorial del medio, da pie a profundizar en el asunto a través del empleo de otros géneros más convenientes para ello (reportaje, artículo, editorial, entrevista, etc.), y contribuye a establecer, paulatinamente, una agenda temática.         

 
Por otra parte, la posibilidad extraordinaria –de ser el caso- que tienen las plataformas digitales de integrar texto, audio, video, gráficos, comentarios del usuario, etc., en el cuerpo de un tema, permite contextualizar y enriquecer la noticia a través de diferentes medios de expresión. 

 
El empleo conjunto de estos elementos teóricos y prácticos contribuye a sumar a los aspectos inmediatos de la información las referencias contextuales que otorgan al hecho noticioso el sentido político, social o económico que le corresponde.

 
Finalmente, las nuevas tecnologías digitales, además de ser útiles instrumentos para contextualizar la información, al permitir un mayor acceso a distintas fuentes de conocimiento, ofrecen novedosas formas de difusión que –bien articuladas- pueden ofrecer al público un producto sugestivo, a través de recursos multimedia e interactivos.