Por Sergio Martínez Espitia.-
En el momento de escribir
estas líneas el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas acaba de ser extraído del museo
de los olvidados, en el mitin que encabeza en el Zócalo con el fin de protestar
–muy fuera del tiempo humano pero aún dentro del político- contra una reforma
energética que, ay, cinismo nacional, fue aprobada, en lo oscuro del Congreso,
por algunos de esos políticos que lo circundan en el estrado.
Pero esta contradicción,
disimulada por la causa común, no perturba su rostro de cantera tallada. Después
de todo, hace tiempo que el ingeniero “guarda distancia” del PRD, partido que
lo desplazó de la candidatura a la presidencia en 2006 y por el que aún siente
despecho: el padre fundador que cifró la decisión de sus hijos políticos como
una traición a su destino inquebrantable de ser presidente.
No. Cuauhtémoc Cárdenas
alza la barba, exhibe una seriedad superior, mira a lo alto, respira profundo,
y en su porte de grave estadista pareciera cubrir con sucinta imaginación los
huecos de la gran plaza con las masas que, agitadas en el 88, estaban ahí, de
distinto modo y en diferente circunstancia, a la espera de que él llamara a
desconocer los resultados electorales, a convocar a nuevas elecciones, a
impulsar un gobierno interino, a incentivar la organización de los ciudadanos,
a derrocar, de una vez por todas, a la dictadura del Partido Único (¿recuerdan
la frase?).
No. El ingeniero permaneció
entonces casi como lo hace ahora en la actual escena política, impávido, mudo,
sin escuchar los lamentos de sus paisanos, víctimas de la violencia en
Michoacán, la tierra que en aquel 88 lo bañó en votos y le ofreció sus brazos
en la lucha contra el gobierno.
Cárdenas, en aquel momento
crucial, después de que la presidencia –que tanto anhelaba- le era
prácticamente arrebatada, fundó el Partido de la Revolución Democrática, y se
apegó al juego del sistema, al principio de la vía electoral para arribar al
poder. Caro ha cobrado el tiempo la extraña decisión del ingeniero, quien no
avizoró –y si lo hizo no quiso ver nada- la puerta de una sublevación que
llevaría el estandarte de su padre, el general Lázaro Cárdenas. (Muchos abuelos
del cardenismo de los treinta aún vivían, y animaban a las nuevas generaciones
a seguir a Cuauhtémoc).
En aquel año, la mayor
excusa de Cárdenas para no llamar a la desobediencia civil fue el riesgo de
causar “un derramamiento de sangre” que la nación “no soportaría”, sin embargo,
a casi tres décadas de ese acto de “heroísmo” que evitó tamaña catástrofe el
país se ha bañado en la sangre inútil de la delincuencia organizada durante los
últimos 8 años, especialmente en Michoacán, donde el PRD halló un caudal
interminable de votos y recursos.
Y Cárdenas calla, calla
ante el conflicto que divide y desgarra al estado que alguna vez él gobernó
siendo un integrante destacado del PRI (1980-86).
Las autodefensas
michoacanas no han merecido de él una sola palabra no ya de respaldo sino de
mera comprensión por esta gente que, atrapada entre la espada y la pared, ha
debido tender una mano a Dios y otra al Diablo para combatir la criminal
depredación de los Templarios.
Y qué lejos se halla el PRD
del organismo político que él fundara en la década de los ochenta, si bien
institucional, imbuido sin concesiones del ideal de luchar por un México más
justo y democrático. Qué distintos aquellos líderes y militantes del partido
que en numerosas ocasiones arriesgaron su vida (se habla de 600 perredistas
asesinados en el sexenio de Salinas, 300 de ellos en el estado sureño). Qué
distinta aquella dirigencia cuyas decisiones emanaban de las asambleas
populares; qué diferente a la actual, abiertamente rapaz, sinvergüenza,
traidora.
Pero Cuauhtémoc sigue
incólume, altivo ante la muchedumbre, rodeado de la estructura infame de ese
partido que –sin duda- también es responsable de la violencia y el poder del
crimen en Michoacán.
Diez años bastaron al
Cártel de la Familia, ahora Los Caballeros Templarios, para imponer su ley. Los
mismos diez años que gobernó el PRD en la entidad (seis de éstos siendo
gobernador el hijo del ingeniero). El mismo lapso de tiempo que las autodefensas
dicen haber sufrido el terror del crimen organizado.
Pero no. Cuauhtémoc ni siquiera da una señal de condolencia por los cientos de hombres, mujeres y niños que han muerto a manos de los criminales, vidas que él mismo tanto quiso proteger del atroz derramamiento de sangre que finalmente no pudo evitar y que ahora no quiere ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario