lunes, 10 de marzo de 2014

El incómodo silencio de Cárdenas ante las víctimas de Michoacán


Por Sergio Martínez Espitia.-

En el momento de escribir estas líneas el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas acaba de ser extraído del museo de los olvidados, en el mitin que encabeza en el Zócalo con el fin de protestar –muy fuera del tiempo humano pero aún dentro del político- contra una reforma energética que, ay, cinismo nacional, fue aprobada, en lo oscuro del Congreso, por algunos de esos políticos que lo circundan en el estrado.

Pero esta contradicción, disimulada por la causa común, no perturba su rostro de cantera tallada. Después de todo, hace tiempo que el ingeniero “guarda distancia” del PRD, partido que lo desplazó de la candidatura a la presidencia en 2006 y por el que aún siente despecho: el padre fundador que cifró la decisión de sus hijos políticos como una traición a su destino inquebrantable de ser presidente.   

No. Cuauhtémoc Cárdenas alza la barba, exhibe una seriedad superior, mira a lo alto, respira profundo, y en su porte de grave estadista pareciera cubrir con sucinta imaginación los huecos de la gran plaza con las masas que, agitadas en el 88, estaban ahí, de distinto modo y en diferente circunstancia, a la espera de que él llamara a desconocer los resultados electorales, a convocar a nuevas elecciones, a impulsar un gobierno interino, a incentivar la organización de los ciudadanos, a derrocar, de una vez por todas, a la dictadura del Partido Único (¿recuerdan la frase?).

No. El ingeniero permaneció entonces casi como lo hace ahora en la actual escena política, impávido, mudo, sin escuchar los lamentos de sus paisanos, víctimas de la violencia en Michoacán, la tierra que en aquel 88 lo bañó en votos y le ofreció sus brazos en la lucha contra el gobierno.

Cárdenas, en aquel momento crucial, después de que la presidencia –que tanto anhelaba- le era prácticamente arrebatada, fundó el Partido de la Revolución Democrática, y se apegó al juego del sistema, al principio de la vía electoral para arribar al poder. Caro ha cobrado el tiempo la extraña decisión del ingeniero, quien no avizoró –y si lo hizo no quiso ver nada- la puerta de una sublevación que llevaría el estandarte de su padre, el general Lázaro Cárdenas. (Muchos abuelos del cardenismo de los treinta aún vivían, y animaban a las nuevas generaciones a seguir a Cuauhtémoc).

En aquel año, la mayor excusa de Cárdenas para no llamar a la desobediencia civil fue el riesgo de causar “un derramamiento de sangre” que la nación “no soportaría”, sin embargo, a casi tres décadas de ese acto de “heroísmo” que evitó tamaña catástrofe el país se ha bañado en la sangre inútil de la delincuencia organizada durante los últimos 8 años, especialmente en Michoacán, donde el PRD halló un caudal interminable de votos y recursos.    

Y Cárdenas calla, calla ante el conflicto que divide y desgarra al estado que alguna vez él gobernó siendo un integrante destacado del PRI (1980-86).

Las autodefensas michoacanas no han merecido de él una sola palabra no ya de respaldo sino de mera comprensión por esta gente que, atrapada entre la espada y la pared, ha debido tender una mano a Dios y otra al Diablo para combatir la criminal depredación de los Templarios.

Y qué lejos se halla el PRD del organismo político que él fundara en la década de los ochenta, si bien institucional, imbuido sin concesiones del ideal de luchar por un México más justo y democrático. Qué distintos aquellos líderes y militantes del partido que en numerosas ocasiones arriesgaron su vida (se habla de 600 perredistas asesinados en el sexenio de Salinas, 300 de ellos en el estado sureño). Qué distinta aquella dirigencia cuyas decisiones emanaban de las asambleas populares; qué diferente a la actual, abiertamente rapaz, sinvergüenza, traidora. 

Pero Cuauhtémoc sigue incólume, altivo ante la muchedumbre, rodeado de la estructura infame de ese partido que –sin duda- también es responsable de la violencia y el poder del crimen en Michoacán.    

Diez años bastaron al Cártel de la Familia, ahora Los Caballeros Templarios, para imponer su ley. Los mismos diez años que gobernó el PRD en la entidad (seis de éstos siendo gobernador el hijo del ingeniero). El mismo lapso de tiempo que las autodefensas dicen haber sufrido el terror del crimen organizado.


Pero no. Cuauhtémoc ni siquiera da una señal de condolencia por los cientos de hombres, mujeres y niños que han muerto a manos de los criminales, vidas que él mismo tanto quiso proteger del atroz derramamiento de sangre que finalmente no pudo evitar y que ahora no quiere ver.



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