Por Sergio Martínez Espitia
A semejanza de los políticos que cada seis años disputan
la presidencia y prometen la grandeza del país si el voto del pueblo los
favorece, los técnicos de las selecciones mexicanas, por lo menos en los
últimos 12 años, vienen haciendo lo mismo pero en relación al trabajo que a
ellos únicamente les concierne: cada 4 años prometer a los aficionados la tan
ansiada Copa del Mundo (cada quien en su estilo, unos muy discretos, otros muy altaneros),
aunque con ello paguen el altísimo precio de perder la vergüenza cada vez que –ante
el fracaso- brindan los pretextos más absurdos.
Ahí está Miguel Herrera, quien dio de excusa que la
derrota ante los portugueses se debió a la “falta de tiempo” para “armar el
equipo”, porque –declaró- lo recibió “hace muy poco”. Sin embargo, cuando él tomó
la selección, hace solo 8 meses, nunca señaló el peso de este inconveniente. La
cuestión del tiempo, y otros factores en contra, como los estragos de una
calificación deslucida, el bajo nivel de juego, la presión de los directivos,
etc., tampoco lo refrenaron –en entrevista con Adela Micha- de hacer el audaz compromiso
de arribar no al quinto, sino al séptimo partido (la final).
La demagogia política arraigada en nuestro país se
ha trasladado al entorno de la selección mexicana en la forma de una triste
demagogia futbolera. El Piojo vuelve a hacer la misma vana promesa de muchos de
los anteriores técnicos de la verde: arribar a la gloria del campeonato del
mundo sin importar que jugadores, técnicos y directivos nunca hayan aprendido siquiera
un poco de su larga historia de fracasos.
En lugar de dar pretextos irresponsables, el actual
timonel del equipo nacional debería mirar al pasado con suma atención y hacer las
debidas precauciones. La semejanza del contexto de esta selección con aquella
de José Antonio Roca que hizo el “papelazo” en el Mundial de Argentina 78 pone
los pelos de punta.
Los equipos son similares. En Argentina, los
mexicanos enfrentaron a Alemania, entonces campeón del mundo y una potencia
como en este torneo lo es Brasil; a Túnez, primer equipo africano que participó
en un Mundial y que los derrotó 3-1 (Túnez fue subestimado por los comentaristas
y jugadores mexicanos al igual que los “analistas” de ahora hacen con Camerún);
a Polonia, que destacaba gracias a esa valiosa generación de Lato (jugador que militó
en el Atlante) y Boniek, un seleccionado de buen nivel en la Europa soviética
(solo un paso atrás de las entonces potencias de Alemania, Holanda e Italia en
el viejo continente), muy similar a la actual Croacia, equipo caracterizado por
su fuerza y rapidez.
Una coincidencia cabalística entre ambas selecciones
(¿un mal agüero?) es que Antonio Roca y Miguel Herrera fueron nombrados
técnicos de la selección poco después de haber sido campeones con el América,
así como el hecho de que Roca declaró que calificaría a la segunda ronda con 4
puntos, al igual que lo ha hecho Herrera.
La selección mexicana de Argentina 78 fue la primera
en sugerir que ganaría un Mundial en el extranjero después de la decepción de México
70. Periodistas y directivos promovieron de manera directa y filtrada que la
selección del 78 tenía la capacidad suficiente para ser campeona del mundo. Y,
en realidad, el equipo no jugaba nada mal.
Conformado por una generación de jóvenes talentos,
entre los que destacaban Leonardo Cuéllar (el hábil melenudo de los Pumas),
Alfredo Tena (defensa legendario del América), Hugo Sánchez (el pentapichichi),
Vázquez Ayala (jugador histórico del Atlante), López Zarza (campeón con Pumas),
Cristóbal Ortega (increíble medio campista del América), Pilar Reyes (portero
de los pocos en su época que salían del área grande), Manuel Nájera y Gerardo
Lugo, entre otros, este equipo atizó la esperanza de los aficionados al
calificar sin perder un solo partido, avasallando a sus rivales, tras superar una
primera fase muy mala por la que Nacho Trelles fue retirado de la dirección técnica.
Un año antes México había obtenido el subcampeonato de la Copa Juvenil del
Mundo en Túnez.
Pero tras la corta espera por ver el ascenso
inevitable del equipo, la selección mexicana –tras caer de manera humillante ante
un Túnez que no jugaba a nada- recibió la mayor goleada de su historia en los
mundiales, al perder -vergonzosamente- 6-0 contra los alemanes, para luego, en
el último partido, caer 3-1 ante Polonia. La selección ocupó el último lugar
del torneo. Al parecer, en Argentina 78 ocurrió el primer gran desengaño de la
afición al no ver consumada la promesa del campeonato, después de haber
perdonado –no sin cierto enojo- la experiencia de México 70.
El “Piojo” mejor debería callar, y sentir piedad por
esta historia que muy bien podría ser la suya. La ruta de los mundiales
demuestra que los campeones del futbol en gran parte lo han sido porque
lograron aprender de sus errores. Borrar nuestros fracasos mundialistas como si
fueran una mentira elaborada por los enemigos de la patria sitúa a la selección
cada vez más lejos de lo mucho que podría aprender de este negro pasado.
Precisamente, uno de los karmas no solo de nuestra
sufrida selección sino también de nuestra historia política y social es no poder
aprender del pasado, no lograr corregir las aversiones, no tratar de impedir el
regreso fatídico de las malas historias.
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