jueves, 12 de junio de 2014

El Fantasma de Argentina 78 se cierne sobre el Tri del Piojo



Por Sergio Martínez Espitia

A semejanza de los políticos que cada seis años disputan la presidencia y prometen la grandeza del país si el voto del pueblo los favorece, los técnicos de las selecciones mexicanas, por lo menos en los últimos 12 años, vienen haciendo lo mismo pero en relación al trabajo que a ellos únicamente les concierne: cada 4 años prometer a los aficionados la tan ansiada Copa del Mundo (cada quien en su estilo, unos muy discretos, otros muy altaneros), aunque con ello paguen el altísimo precio de perder la vergüenza cada vez que –ante el fracaso- brindan los pretextos más absurdos.

Ahí está Miguel Herrera, quien dio de excusa que la derrota ante los portugueses se debió a la “falta de tiempo” para “armar el equipo”, porque –declaró- lo recibió “hace muy poco”. Sin embargo, cuando él tomó la selección, hace solo 8 meses, nunca señaló el peso de este inconveniente. La cuestión del tiempo, y otros factores en contra, como los estragos de una calificación deslucida, el bajo nivel de juego, la presión de los directivos, etc., tampoco lo refrenaron –en entrevista con Adela Micha- de hacer el audaz compromiso de arribar no al quinto, sino al séptimo partido (la final).

La demagogia política arraigada en nuestro país se ha trasladado al entorno de la selección mexicana en la forma de una triste demagogia futbolera. El Piojo vuelve a hacer la misma vana promesa de muchos de los anteriores técnicos de la verde: arribar a la gloria del campeonato del mundo sin importar que jugadores, técnicos y directivos nunca hayan aprendido siquiera un poco de su larga historia de fracasos.

En lugar de dar pretextos irresponsables, el actual timonel del equipo nacional debería mirar al pasado con suma atención y hacer las debidas precauciones. La semejanza del contexto de esta selección con aquella de José Antonio Roca que hizo el “papelazo” en el Mundial de Argentina 78 pone los pelos de punta. 

Los equipos son similares. En Argentina, los mexicanos enfrentaron a Alemania, entonces campeón del mundo y una potencia como en este torneo lo es Brasil; a Túnez, primer equipo africano que participó en un Mundial y que los derrotó 3-1 (Túnez fue subestimado por los comentaristas y jugadores mexicanos al igual que los “analistas” de ahora hacen con Camerún); a Polonia, que destacaba gracias a esa valiosa generación de Lato (jugador que militó en el Atlante) y Boniek, un seleccionado de buen nivel en la Europa soviética (solo un paso atrás de las entonces potencias de Alemania, Holanda e Italia en el viejo continente), muy similar a la actual Croacia, equipo caracterizado por su fuerza y rapidez.

Una coincidencia cabalística entre ambas selecciones (¿un mal agüero?) es que Antonio Roca y Miguel Herrera fueron nombrados técnicos de la selección poco después de haber sido campeones con el América, así como el hecho de que Roca declaró que calificaría a la segunda ronda con 4 puntos, al igual que lo ha hecho Herrera.  

La selección mexicana de Argentina 78 fue la primera en sugerir que ganaría un Mundial en el extranjero después de la decepción de México 70. Periodistas y directivos promovieron de manera directa y filtrada que la selección del 78 tenía la capacidad suficiente para ser campeona del mundo. Y, en realidad, el equipo no jugaba nada mal.

Conformado por una generación de jóvenes talentos, entre los que destacaban Leonardo Cuéllar (el hábil melenudo de los Pumas), Alfredo Tena (defensa legendario del América), Hugo Sánchez (el pentapichichi), Vázquez Ayala (jugador histórico del Atlante), López Zarza (campeón con Pumas), Cristóbal Ortega (increíble medio campista del América), Pilar Reyes (portero de los pocos en su época que salían del área grande), Manuel Nájera y Gerardo Lugo, entre otros, este equipo atizó la esperanza de los aficionados al calificar sin perder un solo partido, avasallando a sus rivales, tras superar una primera fase muy mala por la que Nacho Trelles fue retirado de la dirección técnica. Un año antes México había obtenido el subcampeonato de la Copa Juvenil del Mundo en Túnez.

Pero tras la corta espera por ver el ascenso inevitable del equipo, la selección mexicana –tras caer de manera humillante ante un Túnez que no jugaba a nada- recibió la mayor goleada de su historia en los mundiales, al perder -vergonzosamente- 6-0 contra los alemanes, para luego, en el último partido, caer 3-1 ante Polonia. La selección ocupó el último lugar del torneo. Al parecer, en Argentina 78 ocurrió el primer gran desengaño de la afición al no ver consumada la promesa del campeonato, después de haber perdonado –no sin cierto enojo- la experiencia de México 70.   

El “Piojo” mejor debería callar, y sentir piedad por esta historia que muy bien podría ser la suya. La ruta de los mundiales demuestra que los campeones del futbol en gran parte lo han sido porque lograron aprender de sus errores. Borrar nuestros fracasos mundialistas como si fueran una mentira elaborada por los enemigos de la patria sitúa a la selección cada vez más lejos de lo mucho que podría aprender de este negro pasado.

Precisamente, uno de los karmas no solo de nuestra sufrida selección sino también de nuestra historia política y social es no poder aprender del pasado, no lograr corregir las aversiones, no tratar de impedir el regreso fatídico de las malas historias.

Las opiniones delirantes que dan por hecho el triunfo sobre Camerún, el “buen partido” con Brasil y el empate o hasta la victoria ante Croacia (opiniones interesadas de quienes trabajan desde la prensa para los dueños del futbol), ocultan las señales de la tormenta: la realidad de una selección que se halla bajo el riesgo enorme de sufrir una de las caídas más estrepitosas de su historia.

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