CASA
AJENA
Por
Sergio Martínez Espitia
I
El
dolor reptaba, hundía
sus
diminutas garras
en
la piel apenas nacida.
Daba
volteretas a sus anchas.
Mordía
las orejas de las cartas de amor
y
escupía
trozos
en
abiertas carcajadas.
Rumiaba
el pilar más duro de la casa
y
no le importaba sangrar de las muelas
sino
hasta alcanzar el hueso
de
algún demonio confinado.
Se
arrastraba mimoso en la cocina
y
recogía una lágrima
de
aquellas que eran mezcladas
con
azúcar y leche en la comida.
En
la noche lanzaba sus botitas de verdugo
al
clavo donde yacía
el
cuerpo de una madre que dormía
en
los huecos de su alma.
Roncaba,
y el aire se escabullía.
II
Él,
lo cogía sin temor. Era su mascota, su tigre de escaramuzas.
Deslizaba
la uña curva de su malicia
entre
los huesillos erizados del lomo,
y
el dolor, complacido, se alargaba.
Bajo
una limitada claridad, ella,
-sus
ojos vaciados en la luna-,
contaba
los pasos a la zaga
mientras
la animada criatura
posada
en su regazo
masticaba
los sueños desleídos
en
vástagos truncados
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